Kukai

Fuente: Teachers of Enlightenment, Kulananda, Windhorse Publications. kukai

El gran  Kukai (Kobo Daishi) y su legado en Japon

Kukai, también conocido como Kobo Daishi, fundó la escuela shingon de budismo japonés.

La escuela Shingon

Shingon significa, literalmente, “escuela de la palabra verdadera”, o sea, la escuela del Mantra. Estro se trata de una tradición esotérica que se centra en las verdades que comunicó el buda Vairóchana y que sólo pueden entender completamente los iniciados.

Kukai trajo de China a Japón las enseñanzas shingon y dedicó su vida a popularizarlas. A pesar de su esoterismo, actualmente el shingon tiene alrededor de diez mil templos en Japón y asegura contar con cerca de diez millones de seguidores. Con eso basta para considerar que Kukai tuvo un éxito muy destacado, aunque también se le recuerda por su caligrafía y su poesía, por la creatividad que imprimió en el diseño de sus templos, su interpretación de los textos del Dharma y por la atención que prestó a la educación de los pobres. Su lema, “alcanzar la iluminación en esta misma existencia” refleja su actitud afirmativa ante el mundo fenoménico. Es en este mundo en el que vivimos, en este mundo es en el que practicamos.

La vida de Kukai

Kukai nació en el 774, en una familia de aristócratas. Cuando tenía 15 años comenzó a estudiar a los clásicos chinos con su tío, que era un distinguido erudito confucionista. Éste reconoció el talento de su sobrino y lo llevó a la capital para que prosiguiera sus estudios. Ahí, Kukai leyó mucho y le interesaron especialmente las escrituras budistas, aunque sentía que sólo estaba aprendiendo “las heces que provenían de unos hombres del pasado”. Contempló que era esencial aprender la verdad primordial y cuando tenía 20 años tomó los preceptos laicos y se fue a las montañas, donde realizó prácticas ascéticas y comenzó a tener poderosas experiencias místicas.

El contexto espiritual del Japon de Kukai

En esa época, en Japón, el budismo estaba dividido en dos ramas principales. Estaban los funcionarios religiosos apoyados por el Estado y lo que llamaban los “religiosos particulares”, que se dedicaban al ascetismo, la adivinación y a predicar. Como no estaban satisfechos con los vanos y pomposos asuntos del budismo urbano acomodado, muchos religiosos particulares se retiraban a meditar a las montañas. En sus memorias, Kukai describe la vida de los ascetas errantes:

El cielo azul era el techo de su cabaña y las nubes que colgaban sobre las montañas eran sus cortinas. No tenía que preocuparse por dónde iba a vivir o a dormir. En el verano abría el cuello de su camisa y se relajaba. Se deleitaba con la suave brisa como si fuera un gran rey, pero en el invierno contemplaba el fuego con el cuello metido entre los hombros. Se consideraba afortunado si contaba con suficientes castañas de la India y vegetales amargos como para diez días. Sus hombros desnudos se dejaban ver a través de su manto de papel y telas rellenas con parches de hierba... Aunque su apariencia daba risa nadie podía robarle su muy arraigada voluntad. (Kobo Daishi Zenshu III.305 citado en Yoshito S. Hakeda, Kukai: Major Works, Columbia University Press, Nueva York 1972, p.22)

Kukai el monje

A sus 24 años, Kukai decidió dedicarse a la vida monástica budista y a buscar las enseñanzas más sublimes.
Yo, el discípulo Kukai, movido por un impulso interior, he pensado todo el tiempo en volver al origen. Como no conocía el camino grité más de una vez parado en la encrucijada. Sin embargo, mi deseo sincero se cumplió. Encontré éste que es el enfoque budista esotérico. Empecé a leer (el Sutra de Mahavairóchana) sólo para darme cuenta de que no lo podía entender. Entonces quise visitar China. (III.476, Ibíd., p.27)

Kukai y sus maestros chinos.
Con el tiempo, cuando cumplió los 32 años, salió en un barco rumbo a China (en un viaje demasiado azaroso para aquellos días) y después de muchas dificultades se encontró por fin con su maestro, Hui-kuo, en el templo Hsi-ming, en Ch’ang-an. Hui-kuo era un maestro de dos linajes del budismo vajrayana, uno que se basaba en el Sutra de Mahavairóchana y el otro en el Sutra Vajrashekhara o “Sutra del Pico de Diamante”. Ambos linajes habían llegado a China directos de la India a principios del siglo VIII y los sutras en que se basaban siguen siendo los textos canónicos fundamentales del shingon.

Visité al abad, que se encontraba acompañado de cinco o seis monjes del templo Hsi-ming. En cuanto me vio sonrió con gusto y me dijo alegremente: “¡Sabía que vendrías! ¡Te estuve esperando tanto tiempo! ¡Me da un gusto enorme verte por fin! Mi vida se acerca a su culminación y antes de que llegaras no tenía a quién transmitir las enseñanzas. No te demores más y ve al altar de abhisheka. Lleva incienso y una flor”. Regresé al templo donde había estado antes y reuní todo lo necesario para la ceremonia. Fue así en los primeros días del sexto mes como entré en el altar de abhisheka para la iniciación básica. (I.19, Ibíd., pp.31-32)

Kukai el octavo patriarca


Apenas tres meses después
se le permitió a Kukai la iniciación final y el maestro Hui-kuo lo ordenó en la escuela esotérica budista del mantra (“shingon”, en japonés), con lo que se convirtió en su octavo patriarca.
Budismo Vajrayana chino.

La práctica shingon consiste en rituales muy elaborados, recitación de dharanis y mantras y meditación sobre mandalas. Conforme llevan a cabo el mudra y la meditación los practicantes unen sus mentes con determinados budas y bodhisatvas. Dainichi (Mahavairóchana en sánscrito) es el buda central de la escuela shingon.

Las últimas instrucciones de su maestro Hui-kuo
Un día, ya cerca de su muerte, Hui-kuo dio a Kukai las últimas instrucciones:

Mi existencia sobre la tierra se aproxima a su fin y no puedo permanecer más tiempo. Por eso te exhorto a que tomes los mandalas de ambos reinos y los cien volúmenes de las enseñanzas del vehículo diamantino, junto con los objetos rituales y las cosas que me dejó mi maestro. Regresa a tu país y propaga ahí las enseñanzas. (I.100, Ibíd.., p. 32)

Kukai crea el monasterio del monte Koya

Poco a poco, Kukai llegó a ser una figura prominente y contó con el favor de la Corte Imperial. En el año 816 le pidió al emperador que le donara el monte Koya, donde tenía el deseo de establecer un monasterio.
De acuerdo con los sutras de la meditación, ésta debería practicarse de preferencia en una zona plana en el corazón de las montañas. Cuando era joven, yo, Kukai, solía caminar por espacios montañosos... hay un lugar abierto y silencioso llamado Koya... alrededor hay picos muy altos en las cuatro direcciones. No hay caminos hechos por el hombre, ni siquiera senderos. Ahí me gustaría... construir un monasterio para la práctica de la meditación, para beneficio de la nación y de aquéllos que deseen adoptar una disciplina. (III.524, Ibíd., p.47)

La vida simple y contemplativa de Kukai

El emperador le concedió lo que pedía y aunque Kukai había recibido una orden imperial para actuar como consejero del secretario de estado, a menudo subía al monte Koya para supervisar las obras y le enviaba cartas a sus patrocinadores diciendo, por ejemplo, “ya no tenemos clavos. Los carpinteros no pueden terminar el trabajo. Sinceramente quisiera pedirles que me envíen algunos clavos tan pronto como les fuera posible”. Le llegaban invitaciones de amigos en la capital y él respondía con poemas en los cuales trataba de explicar lo que sentía por el Dharma y las montañas:

Me preguntas por qué me adentré en las profundas y frías montañas,
imponentes, rodeadas por cumbres escarpadas y grotescas rocas,
un entorno donde el ascenso es trabajoso y el descenso difícil,
donde habitan los dioses de la montaña y los espíritus en los árboles…

¿No has visto tú, oh, es que no has visto,
Cómo en el jardín real florecen el durazno y el ciruelo?
Deben de estar cubiertos de flores rosas y fragantes,
que se abren cuando caen los aguaceros de abril
y las arranca el fuerte viento de la primavera.
Vuelan, alto y bajo, los pétalos y cubren entero el jardín.
Algunas ramitas serán cortadas por las errantes doncellas de primavera
y recogerán los pétalos esparcidos los lozanos orioles que ahí revolotean.

¿No has visto tú, oh, es que no has visto,
cómo brota el agua en el divino manantial del jardín?
No apenas sale del suelo y ya emprendió un recorrido sin fin.
Como surge y  fluyen un mil  de líneas brillantes
que fluyen, fluyen y fluyen hacia un abismo insondable,
virando, cambiando en  nuevos remolinos y  eternamente partiendo.
Nadie sabe dónde se detendrán.

¿No has visto tú, oh, es que no has visto,
cómo han vivido billones en China, en Japón?
Ninguno ha sido inmortal, desde un tiempo inmemorial.
Antiguos sabios, reyes o tiranos, súbditos buenos o malos,
bellas damas y mujeres rústicas (¿quién podría gozar de una eterna juventud?),
hombres nobles, lo mismo que los villanos, todos sin excepción han de morir.
Todos han muerto y se han convertido en polvo y ceniza.
Los salones de canto y estrados de baile son ahora morada para zorras.
Transitorios como los sueños, las burbujas o el relámpago,
todos son perpetuos viajeros.

¿No has visto tú, oh, es que no has visto,
cómo éste ha sido el destino del hombre?
¿Cómo podrías tú y sólo tú vivir para siempre?
Al pensar en esto se me desgarra el corazón.
También tú eres como el sol que desciende tras las montañas del oeste
o como un cadáver viviente cuyo lapso de vida pronto se extinguirá.
Fútil sería mi permanencia en la capital.
Lejos, lejos debo partir. No debo quedarme allí.
Déjame ir, que yo seré el amo del gran vacío.
Una criatura del shingon no debe permanecer ahí.

Jamás me  canso de mirar los pinos y las rocas del monte Koya.
La límpida corriente de la montaña es la fuente de mi inagotable alegría.
Olvídate del orgullo por las recompensas mundanas.
¡No te calcines en la casa que arde, en el triple mundo!
Tan sólo la disciplina en los bosques nos permitirá acceder al reino eterno.
(III.406-407, Ibíd., pp. 51-52)

Kukai y la difusión de la escuela  shingon

En el año 823 el emperador otorgó a Kukai la posesión de Toji, el segundo templo estatal de la nueva capital en Kyoto, confiándole que llevara a buen término lo que le faltaba a ese templo y confiriéndole el uso exclusivo del mismo para la nueva secta shingon. Fue así como se estableció por fin plenamente esta escuela.

La importancia de Kukai

A sus 50 años Kukai era la figura religiosa más preeminente de Japón, incomparable por el alcance de su enseñanza, autoridad religiosa y popularidad entre todas las clases sociales.

Todavía estaba trabajando para terminar el monasterio Kingobuji en el monte Koya cuando, al mismo tiempo, fundó una escuela de artes y ciencias en Kyoto. Ésta fue la primera escuela de Japón que se abría para cualquier persona, sin importar cuál fuera su nivel social o su poder adquisitivo. Fue la primera que ofreció una educación universal y detrás de ella estaba la convicción que tenía Kukai de que la humanidad era una sola, de ahí su ideal de que la oportunidad de recibir una educación fuera equitativa y su creencia en el valor intrínseco de cada individuo.

 

El final de su vida y su obra Principal

Tras concluir su obra principal sobre pensamiento y religión, Las diez etapas del desarrollo de la mente, que fue el primer intento en la historia del budismo japonés por exponer las enseñanzas de una escuela a la vez que se tomaban en cuenta las doctrinas de las demás, ya fueran budistas o no.

Kukai murió en el año 835, en su querido monte Koya.